Checoslovaquia 6, Argentina 1. El plantel que había llegado al Mundial de 1958 en Suecia creyéndose el mejor de todos regresó humillado. Una lluvia de monedazos “saludó” a los jugadores que bajaban del avión en Ezeiza y el fútbol nacional entró en crisis, sumido en el dolor de ya no ser. Al cabo de 19 años, Guillermo Stábile renunció a la dirección técnica de la Selección. Mejor dicho; fue eyectado del cargo. ¿Qué hacer? ¿Cómo reconstruirse? Para peor, el año siguiente a la Argentina le tocaba organizar el Campeonato Sudamericano (así se llamaba la Copa América). Y venía nada menos que el extraordinario Brasil de Pelé y Garrincha, flamante campeón mundial.
Las 15 copas de Argentina: el maravilloso reino de los “carasucias”La decisión fue cerrar filas, dejar el pasado glorioso en la vitrina y refugiarse en un juego rocoso y combativo. Sería la tónica del fútbol argentino en la década siguiente. Menos show y más efectividad. Y, sobre todo, nunca más someterse a un oprobio como el infligido por los atléticos checoslovacos. La preparación física y los intríngulis tácticos coparon la parada; el champagne de lujos y gambetas pasó a ser palabra prohibida.
Victorio Spinetto asumió la conducción del seleccionado y apeló a la lógica. Si Racing era el equipo dominante de la época sería la base de su plantel, por lo que convocó ocho jugadores de la “academia”, tres de ellos titulares claves: Juan José Pizzuti, Raúl Belén y el “Marqués” Rubén Sosa. Al volante central Eliseo Mouriño lo ubicó casi como un tercer zaguero central. Argentina hizo de la solidez colectiva un culto. Y la apuesta rindió.
Las 15 copas de Argentina: entonces, ¿somos los mejores del mundo?Lo impensado fue que Brasil igualara en el debut con Perú (2-2). Como jugaban todos contra todos, por puntos, la Selección debía hacer los deberes ganando en fila sus compromisos para llegar a la última fecha con el handicap de coronarse empatando. Argentina cumplió, con victorias seguidas sobre Chile (6-1), Bolivia (2-0), Perú (3-1), Paraguay (3-1) y Uruguay (4-1).
Más de 70.000 espectadores coparon el estadio de River el 4 de abril de 1959, un ambiente electrificado por la ilusión, la sed de revancha y el temor por un rival que alineaba a varios campeones mundiales. Pizzuti, de palomita, abrió la cuenta, y en el segundo tiempo Pelé puso el 1-1, que ya no se modificaría. Pelé fue el mejor jugador y el goleador del campeonato, pero el título quedó en casa. Miles de antorchas se encendieron en Núñez.